Un programa de reparación de automóviles clásicos ofrece oportunidades a jóvenes en situación de riesgo
Natalia Montiel se pone unos guantes de trabajo amarillos y se inclina sobre un trozo de metal del tamaño de un cuaderno. Esta animada adolescente de larga melena negra sostiene un soplete de corte en una mano y coloca la otra debajo. «¿Es ésta la mano que me guía?», dice, dirigiéndose a Tom Forgette, su instructor en el arte de la reparación de automóviles clásicos y antiguos.
«La que te estabiliza», corrige Forgette. «Yo soy quien te guía».
Forgette, un instructor de cierto renombre en esta parte del centro de California, es muy preciso. Minutos antes había dado instrucciones a Natalia para que esperara a que apareciera una pluma de llama y la ajustara con la válvula de oxígeno. Ahora Forgette observa cómo Natalia utiliza el soplete para cortar el metal, una habilidad que tendrá que perfeccionar para reparar carrocerías. «Estás demasiado cerca», dice, y luego agrega: «Ahora te has alejado demasiado».
En un amplio garaje con techo alto y entrada abierta, rodeado de piezas de automóviles, pilas de neumáticos y herramientas, Natalia se inclina para acercarse. Una tira de metal cae al piso. Un corte recto. Eso es lo que quería Forgette. Si Natalia lo hubiera hecho mal, el metal se habría quedado pegado. Aún así, Forgette hace que su alumna repita el proceso. Ella no se queja. Y Natalia, que lleva rímel y aretes plateados, se gana rápidamente su respeto en lo que sigue siendo un oficio dominado por los hombres. «Ella va a por todas», dice Forgette.
Natalia, la menor de seis hermanos, creció viendo a su padre, David, arreglar autos. En su México natal, era mecánico. En Salinas, en la costa central de California, su padre arreglaba los autos de sus familiares. Natalia lo ayudaba, pasándole herramientas y sosteniendo una luz. Ella sabía que podía hacer más, pero su padre no pensaba en su «princesa» como futura mecánica.
Cuando se hizo mayor, Natalia se olvidó de los automóviles y se vio inmersa en una senda precaria, rodeada de amigos desmotivados consumidores de marihuana. Se sentía como si estuviera «viviendo el mismo día una y otra vez», recuerda. «No iba a ninguna parte».
Durante su tercer año de secundaria, un orientador le sugirió una escuela de formación profesional alternativa llamada Rancho Cielo que también ofrece servicios sociales y ayuda a adquirir habilidades para la vida. Cuando Natalia se enteró de que la organización sin ánimo de lucro tenía un programa de automoción, se inscribió. «Me dije: 'Vaya, es perfecto. Eso es exactamente lo que estoy buscando'», explica.
Natalia empezó el programa en noviembre de 2022. En julio del año siguiente, ya era una de los seis estudiantes del curso de reparación de automóviles clásicos y antiguos que impartía Forgette
El condado de Monterey, donde se encuentra Salinas, es uno de los mayores centros neurálgicos del país en cuanto a automóviles clásicos y antiguos. Todos los años se celebran carreras de automóviles clásicos y antiguos en el famoso circuito WeatherTech Raceway de Laguna Seca. Y luego está el Concours d’Elegance de Pebble Beach, evento que se autoproclama el salón del automóvil más prestigioso del mundo. «Como alguien que ha crecido en Salinas, siempre me ha fascinado ver los automóviles clásicos que circulan por las calles principales», dice Natalia. «Imaginarme trabajando en uno, es muy emocionante».
Fue este legado automovilístico el que inspiró a los rotarios Mark Grandcolas y Richardson «Ric» Masten a crear el curso de reparación de automóviles clásicos y antiguos. En cierto modo, son una pareja insólita. Mientras que Grandcolas prefiere los pantalones caqui ajustados y los mocasines, Masten lleva zapatos y pantalones de vestir. «Mark lleva la trastienda», dice Masten, excorredor de bolsa de 85 años. «Y también se encarga del trabajo cara al público».
Grandcolas, ingeniero de 67 años, se jubiló anticipadamente en México tras el éxito de su empresa de software. Fue allí donde se unió a Rotary. Regresó a Estados Unidos en 2019 para cuidar de su madre anciana y se afilió al Club Rotario de Carmel-by-the-Sea, en el condado de Monterey. También se unió al Comité de la Fundación del club, que Masten presidía entonces. Rotario desde hace casi medio siglo, Masten estaba interesado en las subvenciones globales de La Fundación Rotaria, pero aún no había podido obtener una.
Grandcolas tenía mejores conocimientos, ya que había sido socio del Club Rotario de San Miguel de Allende-Midday, en México, el cual había diseñado proyectos que recibieron subvenciones globales. Grandcolas formó un grupo de entusiastas de las subvenciones globales en el Distrito 5230 y desafió a los socios a proponer una nueva idea. Fue entonces cuando Masten pensó en la reparación de automóviles clásicos.
El primer automóvil de Masten, un Pontiac Eight Cabriolet convertible de 1938 con asiento reclinable que compró por 200 dólares cuando cumplió 16 años, le daba problemas, así que aprendió a desmontar el motor. Esa es una habilidad práctica que solía enseñarse en las clases de taller de la escuela secundaria. El declive de la formación profesional en las escuelas secundarias es una de las razones por las que Masten pensó en un programa de capacitación automotriz. La otra fue la necesidad. Como propietario de dos Bentley clásicos, uno de 1937 y otro de 1954, y miembro de varios clubes de automóviles clásicos, Masten sabe que los mecánicos que saben cómo reparar esos automóviles son cada vez más escasos. «No hay nadie que sepa hacerlo», afirma Masten. «Se están jubilando y muriendo».
La definición exacta de los automóviles clásicos varía. Grandcolas incluye todo lo fabricado antes de 1983; otros dicen 1975 o incluso cualquier cosa que tenga más de 20 años. Luego están las subcategorías de automóviles de época, antiguos y de coleccionista. Lo que no se discute es que los mecánicos capacitados para trabajar con automóviles modernos no pueden pasar sin más a reparar automóviles clásicos; es un oficio totalmente distinto. En los años 80, la industria automovilística pasó rápidamente de los componentes mecánicos a los electrónicos, explica Grandcolas. Se acabaron los carburadores y los distribuidores. «Para reparar un automóvil moderno hoy en día se necesita una computadora que realice el diagnóstico», dice Grandcolas. «Esa computadora no sería útil en un automóvil clásico». Para los autos más viejos, explica, «necesitas a alguien con ojos y oído».
El interior de un automóvil clásico no es lo único diferente. A diferencia de los automóviles modernos, que utilizan diversas piezas de plástico en el bastidor y la carrocería, los exteriores de la mayoría de los coches clásicos son totalmente de metal, que es más difícil de reparar y sustituir. Aunque las personas capacitadas para repararlos pueden estar desapareciendo, los automóviles clásicos no lo están. Según un estudio realizado por Hagerty, proveedor de seguros especializados para automóviles clásicos, solo en Estados Unidos hay unos 31 millones de vehículos de coleccionista.
Los rotarios sabían que existía una demanda real y que la capacitación podría ofrecer a los jóvenes la posibilidad de acceder a la universidad y a carreras bien remuneradas. Solo necesitaban un lugar en el que emprender el programa. Para ello recurrieron a Rancho Cielo.
El rancho surgió como el sueño improbable del juez jubilado John Phillips. Phillips, un hombre delgado y alto de 81 años que juega al ráquetbol los miércoles, fue ayudante del fiscal del distrito del condado de Monterey en su juventud. Su trabajo consistía en enviar a prisión a la gente. En 1984 fue nombrado miembro del Tribunal Superior del condado de Monterey. En el desempeño de ambos cargos observó cómo las pandillas se hacían cada vez más frecuentes en el condado. Hacia el final de su carrera, se vio enviando a adolescentes a prisión de por vida. «La mayoría de estos chicos habían perdido la esperanza en el futuro», afirma. «Es muy fácil apretar el gatillo si no se tienen esperanzas ni sueños ni nada».
En 2000, Phillips fundó Rancho Cielo, programa diseñado para ofrecer a los jóvenes que cometían delitos por primera vez una alternativa al encarcelamiento y la oportunidad de un nuevo comienzo. Emprendió el programa en un terreno rural que antes había servido como centro de reclusión de menores. Phillips arrendó el terreno al gobierno y se puso manos a la obra. En 2004, el mismo año de su jubilación, con un presupuesto operativo de 75 000 dólares y casi ningún empleado, aparte de su mujer, Patti, dio la bienvenida a la primera promoción de unos doce jóvenes. A partir de ahí, Rancho Cielo creció hasta convertirse en lo que es hoy, una organización sin ánimo de lucro con un presupuesto de más de 5 millones de dólares y una plantilla de casi 50 empleados.
Este rancho de 40 hectáreas situado en las estribaciones de la cordillera de Gabilan cuenta con caballos, estanques con peces, un huerto, colmenas, aulas y talleres en largas dependencias parecidas a graneros. En la actualidad, el programa atiende a estudiantes de familias con bajos ingresos, y solo alrededor del 30 % de los 200 estudiantes que acuden al campus en un día cualquiera se ha vito implicado en el sistema de justicia juvenil. La mayoría tienen entre 16 y 18 años, y aproximadamente tres cuartas partes proceden de Salinas, capital del condado y centro de la pujante industria agrícola del Valle de Salinas. Los graduados de seis programas de formación profesional reciben un certificado reconocido por la industria y un diploma de escuela secundaria. Cada programa cuenta con un gestor de casos. También hay un terapeuta. El programa es gratuito para los estudiantes, que son transportados desde y hacia el campus y reciben un almuerzo y otros refrigerios. En algunos casos, también reciben un estipendios y pueden participar en programas de trabajo y estudio.
«Pasó de ser un pequeño programa para tratar a niños problemáticos en situación de riesgo a una gran escuela de formación profesional, la única real que existe en esta zona», explicó Phillips durante una charla en una reunión del club de Carmel-by-the-Sea en abril de 2023.
Rotary y Rancho Cielo tienen una larga historia en común. Utilizando sus contactos empresariales y personales, Lesley Miller Manke, socia del Club Rotario de Carmel-by-the-Sea, contribuyó decisivamente a conseguir financiación para uno de los primeros programas de formación profesional del rancho, la Drummond Culinary Academy. Más tarde se añadieron programas de construcción, agricultura, reparación de automóviles y soldadura. A medida que Rancho Cielo crecía, Manke animó a la organización sin ánimo de lucro a solicitar subvenciones al club e invitó a su personal a hablar en las reuniones del club. «Nuestro club lleva siguiendo a Rancho Cielo desde el primer día», afirma.
El club no es el único que apoya al rancho. El cercano Club Rotario de Corral de Tierra construyó una zona de barbacoas en Rancho Cielo, señala Doug Brown, presidente del Subcomité Distrital de Subvenciones del Distrito 5230. Brown ayudó a Masten y Grandcolas a solicitar la subvención global, al igual que la gobernadora de distrito Debbie Hale.
Para fortalecer su argumento y demostrar la necesidad de contar con mecánicos de automóviles clásicos, los dos rotarios identificaron cerca de 50 talleres que prestan servicio a automóviles clásicos en un radio de 59 kilómetros de Rancho Cielo. Todos los talleres que visitaron tenían el mismo problema: necesitaban empleados. «Algunos de ellos nos decían: ‘Si puedes capacitar a un chico y traérmelo, lo necesito inmediatamente’», comenta Grandcolas.
Según sus investigaciones, solo hay tres o cuatro lugares en el país que enseñen a reparar automóviles clásicos. Ninguno de ellos está en el condado de Monterey. Estos datos convencieron a Chris Devers, director general de Rancho Cielo, de agregar a su catálogo la reparación de automóviles clásicos. «Llevo 25 años trabajando en el ámbito del desarrollo y nunca he tenido a nadie que me presentara un proyecto o un programa tan bien diseñado y financiado y conectado con la industria, y que además cumpla con nuestra misión», afirma.
El primer curso de ocho semanas comenzó en el verano de 2022 con 14 alumnos, 10 de los cuales lo completaron. Los primeros tres años están financiados por una subvención global de La Fundación Rotaria de más de 56 000 dólares. Desde entonces, Rancho Cielo ha recibido financiación estatal y federal para mantener el programa en marcha, así como 100 000 dólares de donantes vinculados al Concurso de Pebble Beach, con promesas de realizar más aportes si Rancho Cielo consigue ampliar el programa.
El plan consiste en aumentar a 500 las 110 horas de instrucción actuales y el número de estudiantes matriculados cada año a 24. Todos los estudiantes forman parte del programa de automoción y aprenden los fundamentos de la reparación de automóviles modernos y clásicos. Y todos ellos, según comenta el juez retirado Phillips, «habrían ido en la dirección equivocada si no hubieran llegado al campus».
En Salinas viven 160 000 personas, entre ellas muchos inmigrantes mexicanos que trabajan en las granjas del valle. Es la cuna de John Steinbeck, cuyo libro Las uvas de la ira narra la historia de una generación anterior de emigrantes que huían del Dust Bowl de Oklahoma durante la Gran Depresión. El valle de Salinas sigue siendo conocido por su industria agrícola, que le valió el sobrenombre de «ensaladera del mundo», pero Phillips conoce la ciudad por otro motivo: las pandillas. «Algunos de estos chicos crecieron en algunas zonas en las que es casi imposible no estar implicado en eso, las pandillas tienen ese tipo de influencia», dice Phillips.
Cuando Phillips se enfrentó a un estudiante que había sido reprendido por asociarse con pandillas, el estudiante explicó que había crecido con pandilleros. Dos de ellos eran sus primos y vivían al lado. La capacitación profesional proporcionada por Rancho Cielo y otros programas similares pueden ofrecer otro camino.
La idea de apartar a los jóvenes del sistema de justicia no es nueva, explica Nate Balis, director del Grupo de Estrategia de Justicia Juvenil de la Annie E. Casey Foundation. En cierto modo, meterse en líos es un comportamiento típico de los adolescentes, señala. Por ello, en general se entiende que la sociedad no quiere que los errores cometidos por los adolescentes les persigan más adelante en sus vidas. «Lo que sabemos es que cuando respondemos a estos comportamientos mediante el sistema de justicia juvenil, obtenemos peores resultados que si no recurrimos a él», asegura.
Cuando los jóvenes se meten en problemas, casi todos necesitan algo que hacer que los lleve de vuelta al buen camino, señala Balis. «Por lo tanto, los programas que promueven el desarrollo de la juventud, el desarrollo de habilidades y el establecimiento de relaciones sólidas son cosas que queremos para todos los jóvenes», afirma.
Eso es lo que Rancho Cielo trata de hacer. No siempre es un camino recto.
Aproximadamente un mes después de ingresar en el programa de automoción de Rancho Cielo, Natalia empezó a reincidir y a buscarse problemas en la escuela. Preocupada, su asistente social la inscribió para que hablase con un psicólogo. La terapia era algo novedoso para Natalia, que cuenta que sus padres siempre le habían dicho que debía limitarse a hablar con sus hermanos. Consultar a un psicólogo fue diferente. «No puedo expresar lo necesario que era para mí», dice.
Entre otras cosas, el psicólogo la ayudó a sentirse cómoda persiguiendo sus metas a pesar de lo que a veces sentía como bajas expectativas por parte de los demás. «Me gusta pensar a lo grande», asegura. «Quiero estar orgullosa de mí misma». En el taller de Rancho Cielo, Natalia encuentra ese estímulo.
Después de cortar la lámina de metal, Natalia y José Martínez, de 17 años, examinan un parachoques golpeado. Forgette les enseñó a usar los dedos para palpar el material. José, quien ha asumido el papel de portavoz no oficial de la clase, llegó a Rancho Cielo en febrero de 2023 tras quedar rezagado en la escuela secundaria. «En la escuela habría que estar constantemente sentado», dice. «Eso no me gusta nada. Yo quiero estar haciendo algo».
Aquí ha aprendido a descubrir qué es lo que le pasa a la carrocería de un automóvil y a arreglarla. No está seguro de si trabajará en esta industria, pero está seguro de que podrá ahorrarse dinero arreglando su propio automóvil. Su compañero de clase, Abel Galindo, también de 17 años, tiene poco que decir sobre la escuela, pero mucho sobre los automóviles clásicos. «Estoy enamorado de ellos. Ojala pudiera tener uno», dice Abel, vecino de la cercana King City.
A Ross Merrill, presidente de la Laguna Seca Raceway Foundation, organización sin ánimo de lucro que ayuda a financiar mejoras en el circuito, no le sorprende el interés. «Aquí, en el condado de Monterey, existe una enorme cultura automovilística», señala.
Merrill, agricultor de Salinas de tercera generación, creció yendo en bicicleta a ver las carreras en Laguna Seca. Ahora compite en ellas. Con la esperanza de preservar esa historia, Merrill forma parte del consejo asesor del programa de reparación de automóviles clásicos y antiguos en Rancho Cielo. «Se está convirtiendo en un arte perdido», afirma. Pero no entre los estudiantes de Rancho Cielo.
Elías Pineda está siguiendo el curso por segunda vez, de forma más avanzada para poder terminar de trabajar en su GMC Sierra del año 1997. El joven de 18 años está alisando el techo de la cabina con otro estudiante, de pie sobre una caja de madera en la caja del camión que alberga un sistema de altavoces que él mismo instaló. Pineda también cambió la suspensión y reparó varias cosas más. Aunque su camión azul verdoso tiene una carrocería antigua, técnicamente no es un automóvil clásico. Sin embargo, lo considera su tarjeta de presentación, la obra que puede mostrar cuando vaya a buscar trabajo. Nacido en Salinas, Pineda siempre ha estado interesado en los camiones, los muscle cars, «cualquier cosa que tenga cuatro ruedas y un motor». Aunque aún no se ha graduado, ya ha comenzado a trabajar por cuenta propia como mecánico de automóviles.
Tras graduarse del programa el año pasado, Jesse Hoffman, de 19 años, encontró trabajo arreglando Mazdas. A partir de ahí, probó con otro taller de automóviles y, más recientemente, aceptó un trabajo construyendo piezas para aviones. Aunque es un trabajo distinto, dice que los conocimientos que adquirió en el programa de reparación de automóviles clásicos y antiguos le han ayudado. «Las labores relacionadas con la carrocería tiene mucha relación con el trabajo en la aviación», explica. Y lo que es más importante, es una carrera que le gusta. «Me gusta todo», afirma.
De vuelta al Rancho Cielo, a medida que la clase se acerca a su fin por hoy, se acercan varios carruajes sin caballos, como se conoce a los primeros automóviles. Steve Hughes, integrante de la sección de Salinas Valley del Horseless Carriage Club of America (Club de Carruajes sin Caballos de América), entra en el garaje. Natalia se acerca. Quiere saber si Hughes la recuerda de una visita anterior (así es) y si trajo su vehículo (lo hizo). Su locomóvil de 1915 necesita atención constante.
Hughes forma parte del consejo asesor del programa y visita regularmente la clase con otros socios de su club. No están aquí para que les hagan reparaciones; sino para ofrecer paseos a los estudiantes.
Natalia se sube al asiento de copiloto del Locomóvil de Hughes y dos chicos de clase se suben al asiento trasero. Hughes le dice en broma a Natalia que presione con el dedo el salpicadero para hacer arrancar el vehículo. Sabe que su dedo no arrancará el auto, pero sonríe y lo hace de todos modos. El auto cobra vida y avanza rebotando por la carretera.
Este artículo fue publicado originalmente en el número de febrero de 2024 de la revista Rotary.