Llevó el fútbol femenino a Palestina. Ahora Honey Thaljieh promueve la igualdad en el deporte a escala mundial.
Aquí es donde comenzó todo.
Este trozo de cemento agrietado, salpicado de cristales rotos y grava, rodeado de una valla de alambre maltrecha que apenas puede contener los balones de fútbol perdidos. "Está igual, nada ha cambiado", dice Honey Thaljieh, recorriendo con la mirada el terreno donde ella y un puñado de mujeres jóvenes jugaban al fútbol hace más de dos décadas cuando eran estudiantes de la Universidad de Belén, en Cisjordania, el territorio palestino ocupado.
En un día nublado de abril, un grupo de niños, con sus zapatos crujiendo sobre los escombros, patean un balón a la portería. Thaljieh recuerda lo mucho que le dolía caerse en esta superficie implacable. Aun así, es como estar en casa, señala. Les dice a los niños que un fotógrafo tomará fotos del improvisado campo. "No es un campo, es una prisión", responde Mohammed, un niño bajito de 9 años. Honey suelta su característica carcajada. Prisión. Ella ha utilizado esa misma palabra para describir sus propios obstáculos: Su género era una prisión, su nacionalidad, las restricciones sociales de la sociedad árabe, la guerra, todo ello.
Pero, prisión o no, para Honey Thaljieh este pedazo de tierra fue una plataforma de lanzamiento.

El camino de Honey Thaljieh hacia su carrera en la FIFA comenzó en un terreno destartalado donde jugaba al fútbol hace más de dos décadas, como estudiante de la Universidad de Belén.
Fotografía: Samar Hazboun
Joven y decidida
Thaljieh creció en un diminuto apartamento de una habitación en el casco antiguo de Belén, a una calle de la Iglesia de la Natividad, construida sobre la gruta donde, según la tradición, nació Jesús.
Thaljieh, la tercera de cinco hijos de una familia cristiana palestina de medios modestos, tenía poco que hacer en casa. En la conservadora sociedad palestina de los años ochenta y principios de los noventa, se disuadía a las niñas de jugar al aire libre. Se volvía loca. "Solía volver de la escuela y ver a los chicos jugar al fútbol", cuenta Thaljieh, sentada en un sofá anticuado y abarrotado de la sala familiar, donde sus trofeos de fútbol aún decoran las estanterías. Thaljieh ha venido a pasar las vacaciones de Semana Santa desde Zúrich, donde trabaja en la sede de la FIFA, el organismo internacional que rige el fútbol, y donde es socia del Club Rotario de Zurich Circle International.
Aquí en casa, los recuerdos están por todas partes, sobre todo de la atracción que ejercía el fútbol y de su intuición, ya de niña, de que el juego podía proporcionar al menos una sensación de libertad. Un día, mientras Thaljieh, de 7 años, caminaba cerca de los niños, el balón rodó en su dirección. Empezó a imitar con habilidad los regates y las patadas que había visto hacer a los jugadores en la Copa del Mundo en el televisor en blanco y negro de su familia. Los niños se sorprendieron. Como en muchas partes del mundo, el fútbol era un dominio exclusivo de los hombres en la sociedad palestina. "Pero cuando vieron lo buena que era con el balón, empezaron a pelearse por mí y por el equipo al que debía pertenecer", dice. Así que Thaljieh comenzó a jugar con ellos, dando patadas a un balón hecho de papel de periódico por las estrechísimas callejuelas de su casa, a menudo con los pies descalzos.


Honey Thaljieh habla con su madre, Naheda Thaljieh, y hojea un álbum familiar durante una visita a Belén desde Zúrich, donde trabaja en la sede de la FIFA, el organismo internacional que rige el fútbol. Fotografía: Samar Hazboun
Menos impresionado estaba su padre, que no quería que su hija jugara en la calle con los niños y mucho menos al fútbol. Cuando volvía de un largo día de trabajo, la regañaba y la obligaba a entrar en casa. "Yo lloraba y lloraba, y al día siguiente, lo repetía. Cada día, la misma historia. Yo no me rendía. Él sí se rindió", comenta.
A sus 70 años, Micheal Thaljieh parece avergonzado cuando se le pregunta por su oposición. Sentado detrás del mostrador de su modesta tienda cerca de la plaza del Pesebre, donde vende detergente líquido y bebidas frías junto con aceite de oliva y jabón palestinos, hace todo lo posible por explicarlo. "Aquí era la sociedad árabe y entonces era un poco difícil para una chica jugar al fútbol, pero al final tenía que jugar y ver progresar su vida y el mundo", dice. La tienda está decorada con banderas y billetes de los países donde ha jugado Thaljieh.
“No había seguridad ni libertad en ninguna parte. Crecí con esos traumas”.
Así que la niña, decidida, siguió jugando. Llevaba pantalones cortos, rompiendo otro tabú cultural sobre la modestia del atuendo femenino. Volvía a casa magullada y a veces sangrando. Su espíritu desafiante definiría su actitud ante futuros obstáculos, los que serían muchos.
‘Sin seguridad, sin libertad’
Desde la guerra árabe-israelí de 1967 Israel ocupa Cisjordania, el mayor de los dos territorios palestinos (el otro es Gaza). En la actualidad, las ciudades y aldeas palestinas están rodeadas por un tortuoso mosaico de puestos de control militar israelíes, altos muros y vallas de hormigón y asentamientos israelíes, considerados ilegales por la mayor parte del mundo según la legislación internacional. Para los 3 millones de palestinos del territorio, tratar de llegar a algún lugar a poca distancia puede convertirse en un peligroso ejercicio de frustración que dura horas, debido a las restricciones israelíes a la circulación por todo el territorio.
Los múltiples levantamientos contra la ocupación han desencadenado la represión militar israelí y años de derramamiento de sangre, frustrando las esperanzas de independencia y creación de un Estado palestino. "No había seguridad ni libertad en ninguna parte", recuerda Thaljieh. "Crecí con esos traumas". En el año 2000, durante su tercer año de secundaria, estalló un conflicto conocido como la segunda intifada, o levantamiento. Respaldadas por tanques y helicópteros, las fuerzas israelíes invadieron ciudades palestinas e impusieron un asedio a los residentes.

Israel ocupa Cisjordania, el mayor de los dos territorios palestinos (el otro es Gaza), desde la guerra de Medio Oriente de 1967.
Ilustración de Madison Wisse
Los combates duraron más de cuatro años. En las calles de Belén se produjeron tiroteos y, en uno de los momentos más dramáticos del conflicto, un grupo de combatientes palestinos se atrincheró en la iglesia de la Natividad, cerca de la casa de los Thaljieh. El ejército israelí desplegó tanques en la plaza del Pesebre y francotiradores tomaron posiciones alrededor de la iglesia del siglo VI en un enfrentamiento que duró más de un mes. Durante ese tiempo, Thaljieh y su familia se vieron obligados a permanecer en su casa. "Solo nos dejaban salir brevemente para comprar comida", explica.
Los soldados israelíes asaltaron cientos de casas, incluida la de Thaljieh. En plena noche, su hermana le gritó que se levantara. Thaljieh recuerda que pensó que estaba teniendo una pesadilla hasta que las voces de los soldados que se acercaban por el pasillo se hicieron más fuertes. Obligaron a la familia a salir a la calle, en un trauma que a veces sigue perturbando su sueño.
En medio de la agitación, Thaljieh intentaba cumplir con las obligaciones normales de la adolescencia, incluida la preparación de sus exámenes finales de la escuela secundaria, conocidos como tawjihi, esenciales para cualquiera que desee ir a la universidad. En el mejor de los casos, se trata de un asunto angustioso. El día que Thaljieh tenía que presentarse a uno de los exámenes, un tanque israelí aplastó el coche familiar que la habría llevado al lugar donde tomaría el examen. Decidida a llegar, cuando vio una ambulancia le suplicó al conductor: "Por favor, ¿puede llevarme?". Para su asombro, al abrir las puertas descubrió a otros estudiantes desesperados que también le habían rogado al conductor que los llevara para llegar al examen. A pesar de las adversidades, Thaljieh terminó segunda de su clase y fue admitida en la Universidad de Belén.
Formar un equipo
En 2002 Thaljieh empezó sus estudios universitarios, mientras se desarrollaba el conflicto, y estaba inquieta. "Nadie jugaba al fútbol porque tenían miedo de los soldados israelíes", cuenta. Vio un anuncio colgado en la cafetería para reclutar a mujeres jóvenes interesadas en el fútbol. Samar Araj Mousa, la primera mujer que dirigió los programas deportivos de la universidad, quería crear un equipo de fútbol femenino.
Para ver si esta nueva alumna sabía jugar de verdad, envió a Thaljieh a ver al entrenador de fútbol masculino, Raed Ayyad. En un encuentro que recordó a sus primeros partidos callejeros con los chicos de su barrio, el hombre de larga barba la miró y le dijo: "¿Juegas al fútbol? Coge un balón. Muéstrame".
"Empecé a regatear", cuenta Thaljieh, "y luego disparé el balón. Dio en la valla y reventó. Me miró y me dijo: 'Ahora podemos empezar a jugar al fútbol'".
Pero un equipo de uno no es un equipo. Araj Mousa hizo publicidad en otras escuelas y en un hogar de huérfanos. Una joven fue vista compitiendo en una carrera ciclista masculina y fue reclutada para unirse. Thaljieh también intentó convencer a mujeres que jugaban en equipos de baloncesto y voleibol. Pero el fútbol se consideraba un deporte de hombres. "Me dijeron: 'Nada de fútbol, nos masculinizaremos'", recuerda Thaljieh. "Y yo dije: 'Mírame. Nada ha cambiado'".
Se unieron cuatro mujeres jóvenes. Entrenaban en la cancha de cemento que había junto a la universidad y jugaban contra clubes de niños más jóvenes, ya que no había otros equipos femeninos. Los periódicos y los canales de televisión empezaron a contar su historia, y pronto se crearon otros tres equipos femeninos, en las ciudades cisjordanas de Ramala y Jericó, y en Gaza. "Sus historias eran como la mía", dice Thaljieh. "Empezaron en la calle, en algún sitio, o en un campo de refugiados, o en un pueblo de huérfanos".

Thaljieh camina por las calles de Belén, donde asistió a la universidad y jugó al fútbol, llegando a formar parte de un equipo nacional femenino no oficial.
Fotografía: Samar Hazboun
La idea creció hasta convertirse en un equipo nacional femenino no oficial de más de una docena de jugadoras. En 2005, viajaron con un presupuesto mínimo a la vecina Jordania para disputar su primer torneo con once jugadoras por equipo. "Perdimos épicamente", dice Thaljieh. Y siguieron perdiendo. Sin dinero, sin liga, con poco equipo y una infraestructura inadecuada, eran las últimas desvalidas.
Además, los controles militares israelíes dificultaban que jugadoras de distintas ciudades entrenaran juntas. Las mujeres podían ser retenidas durante horas en los puestos de control, a veces a altas horas de la noche. Incluso los padres que animaban a sus hijas a jugar se preocupaban por su seguridad en las carreteras, y las jugadoras empezaron a abandonar el equipo.
Las mujeres necesitaban desesperadamente apoyo. Para conseguirlo, primero necesitaban el reconocimiento oficial de la Asociación Palestina de Fútbol. Solo entonces podrían formar una liga profesional y competir formalmente a escala internacional. Mientras terminaba su licenciatura, Thaljieh y la patrocinadora del equipo, Araj Mousa, hicieron campaña para obtener el reconocimiento, incluso presionando a los funcionarios y apareciendo en entrevistas de televisión.
Más adelante, Thaljieh consiguió incluso el número de teléfono del presidente de la Asociación Palestina de Fútbol, Jibril Rajoub, alto cargo del partido gobernante Al Fatah y antiguo alto funcionario de seguridad. "Se quedó sorprendido. Me dijo: '¿Cómo conseguiste mi número?", recuerda Thaljieh. "Era un hombre muy poderoso". Poco después, se vieron cara a cara en un partido masculino en el estadio Khader, cerca de Belén, donde ella le vendió la idea de un equipo nacional femenino. "Se mostró muy abierto a que las mujeres jugaran al fútbol, muy alentador, muy comprensivo", afirma. "Así que todos salimos ganando".
Una carrera en la FIFA
En 2008 se produjo un punto de inflexión, cuando llegaron representantes de la FIFA e inauguraron oficialmente una liga femenina palestina. Era un sueño hecho realidad: el reconocimiento nacional e internacional. Al cabo de un año, la selección nacional jugaba en un campo de césped de tamaño natural en Cisjordania ante miles de espectadores. "Cuando empecé en el fútbol, nadie quería reconocer a las niñas que jugaban", dice Thaljieh. "Ese fue el momento en el que dije: 'Vaya, lo logré. Funcionó'".
Thaljieh fue capitana del equipo durante un total de siete años, hasta que las lesiones la obligaron a abandonar el terreno de juego. Empezó a desarrollar programas deportivos juveniles en Cisjordania y se dio cuenta del impacto que ella y sus compañeras de equipo podían tener en los niños de allí -y de todo el mundo- que necesitaban ver a alguien que se pareciera a ellos para imaginarse como campeones, como líderes.

Thaljieh mira fotos de su época de futbolista, en la que fue capitana de la selección femenina de Palestina durante siete años.
Fotografía: Samar Hazboun
Thaljieh obtuvo una maestría en gestión deportiva en el programa Master de la FIFA y en 2012 consiguió unas prácticas y luego un puesto de trabajo en la sede de la organización en Zúrich, completando así un notable ascenso desde los callejones de Belén hasta el máximo organismo del fútbol mundial. En la FIFA, empezó a trabajar en su programa de desarrollo del fútbol femenino, que apoya a 211 asociaciones miembro en todos los aspectos, desde el desarrollo de la liga y la estrategia comercial hasta el liderazgo y la tutoría de entrenadores. El puesto le abrió los ojos al hecho de que la lucha de las mujeres por la igualdad en el atletismo, entre otros ámbitos, se extendía mucho más allá de su patria.
"Vine a Europa y me sorprendió que las mujeres no estuvieran representadas", afirma. Por aquel entonces, no había ninguna mujer en el máximo órgano de decisión de la FIFA. Los equipos femeninos, prohibidos en muchos países europeos hasta la década de 1970, seguían careciendo de recursos, instalaciones adecuadas y remuneración, y eran objeto de acoso, sexismo y estigma social. En Estados Unidos, la selección femenina, cuatro veces campeona del mundo, luchó durante años para arrancar a la U.S. Soccer en 2022 la promesa de equiparar los salarios con los de una selección masculina que solo ha llegado una vez a cuartos de final de un Mundial, desde que quedó tercera en el torneo inaugural en 1930.
En la actualidad, Thaljieh es Directora de Relaciones Públicas de la FIFA y se dedica a difundir el mensaje de que el fútbol es para todos y a utilizar el deporte como plataforma para el cambio social, la diplomacia y la inclusión. Entre las iniciativas en las que ha participado se incluyen la ayuda a mujeres refugiadas para que se involucren en el deporte y la organización de campañas para acabar con la violencia contra las mujeres. Una misión que valora especialmente es la entrega de botines de fútbol nuevos a niños de campos de refugiados y comunidades pobres de todo el mundo. Sabe lo que se siente; ella no tuvo zapatos adecuados para jugar hasta los 21 años. "Veo la felicidad en sus caras", dice. "Lo siento. Se me pone la piel de gallina".
En todo el mundo hay signos de cambio, como el nombramiento de la primera mujer secretaria general de la FIFA, Fatma Samoura, en 2016. El crecimiento de los patrocinios, la asistencia y la audiencia de las retransmisiones apuntan al valor del fútbol femenino profesional.

Thaljieh toma uno de los muchos trofeos de su carrera futbolística
Fotografía: Samar Hazboun
Thaljieh utiliza su plataforma para promover la inclusión en el fútbol y el empoderamiento de la mujer, captando la atención del público en charlas TEDx y otros eventos de alto nivel. Una de esas charlas, en un club rotario de Zúrich, le valió una invitación para unirse al Club Rotario de Zúrich Círculo Internacional, que se formó en 2020. Para el primer proyecto que propuso como socia, el club adquirió y distribuyó fuentes de agua a las escuelas públicas de Belén con la ayuda de los socios rotarios de la localidad. El presidente fundador del club, Hermann W. Delliehausen, dice que Thaljieh ha aportado energía al grupo y la voluntad de hacer las cosas de manera diferente. "Cuando entra en la sala, todo el mundo se centra en ella", afirma. "Es una persona muy, muy, muy especial. Es el sol de nuestro club".
La próxima generación
Cuando se acerca el final de su visita a Belén, Thaljieh se detiene en el club de fútbol femenino Diyar, al que apoya desde hace años. Siete adolescentes se pasan balones de un lado a otro mientras su entrenador las observa en el amplio pabellón deportivo cubierto Dar al-Kalima. Inaugurado en 2014, es uno de los mayores recintos deportivos cubiertos de Cisjordania. El chirrido de las zapatillas de las chicas, los gritos del entrenador y el ruido sordo de las pelotas resuenan en el gimnasio de techos altos.
"Tomé el fútbol como una herramienta para luchar contra la opresión, la desigualdad y la injusticia".
Thaljieh entra, vestida con una chaqueta azul y unos pantalones negros ajustados, con su reconocible melena negra rizada enmarcando sus grandes ojos y su gran sonrisa. Thaljieh no es alta, pero aquí también se nota su presencia.
Selina Ghneim, una chica de 15 años con una larga coleta, cordones rosas y una gran llaga en la rodilla izquierda, intercambia miradas con sus amigas. Thaljieh se acerca a la chica, miembro de la selección nacional palestina femenina sub-20, y le da un apretón en los hombros. "¿Sabes quién soy?", pregunta juguetona.
"Sí", responde tímidamente la adolescente. "Eres Honey Thaljieh".
"¿Qué más?
"Trabajas en la FIFA".
Honey también sabe quién es Selina. "Ella hizo el gol contra Jordania", dice.
La adolescente sonríe suavemente, mirando hacia abajo, orgullosa y sorprendida al mismo tiempo. Diez días antes, el equipo sub-20 había ganado el campeonato de la Federación de Fútbol de Asia Occidental, el primer título internacional para una selección femenina palestina.

Thaljieh (centro) con algunas de las mujeres y niñas del club de fútbol Diyar al que apoya en Belén.
Fotografía: Samar Hazboun
Dos mujeres, MahaAraj y SarabShaer, han acudido al gimnasio para ver a Thaljieh. Dos décadas antes, las tres jugaron juntas en el recién creado equipo de la Universidad de Belén y, más tarde, en la selección nacional. Hoy Araj es la entrenadora del club Diyar y Shaer entrena a los jugadores sub-15 del club. Shaer, que vivía en un hogar para huérfanos cuando empezó a jugar al fútbol, atribuye a Thaljieh el cambio de su vida. "Me animó a seguir cursos, a desarrollarme", dice. "Me licencié en gestión deportiva. Sin ella nunca habría conseguido estos logros".
Las mujeres están maravilladas con las instalaciones de entrenamiento cubiertas. Está muy lejos de su agrietada pista de cemento. De su grupo original de cinco jugadoras hay hoy más de 300 niñas y mujeres que juegan en 15 clubes de Cisjordania y compiten a escala local e internacional. A los equipos establecidos en Gaza les ha ido mucho peor bajo el bloqueo israelí del territorio a partir de 2007 y la guerra actual. "Ni siquiera sabemos si alguna de las chicas sigue viva", afirma Thaljieh.
La adversidad está siempre presente, y mirando atrás Thaljieh duda de que fuera la persona que es hoy sin las dificultades y sin el fútbol, que considera un instrumento de liberación. "Tomé el fútbol como una herramienta para luchar contra la opresión, la desigualdad, la injusticia y la pobreza, para luchar por la igualdad, los derechos de la mujer y las oportunidades. Me dio todas las oportunidades que necesitaba para estar donde estoy hoy". Ahora, muchas otras puedes seguir sus pasos.
Este artículo fue publicado originalmente en el número de septiembre de 2025 de la revista Rotary.
El Grupo de Acción de Rotary para el Empoderamiento de las Niñas tiene como objetivo crear y apoyar oportunidades para mejorar la calidad de vida de las niñas de todo el mundo.
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