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Buceadores con discapacidades encuentran la paz en aguas profundas

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Por Fotografia de

Más de una docena de buceadores salpican las aguas turquesas de la piscina, nadando en grupos de tres y cuatro con trajes de neopreno oscuros y mascarillas. Charlas animadas, chapoteos y algún que otro chillido de alegría atraviesan el aire húmedo y perfumado de cloro, que contrasta con las gélidas condiciones del exterior en esta mañana de enero. 

Para el observador desinformado, las personas que se encuentran dentro de la piscina de una escuela de un suburbio de Chicago son indistinguibles unas de otras. Pero Jim Elliott, socio del Club Rotario de Downers Grove, Illinois (EE. UU.), conoce a los distintos grupos y sabe por qué están aquí: los instructores que dirigen las sesiones, los compañeros de buceo que sirven de acompañantes de seguridad y los buceadores novatos, que aprenden a navegar por aguas profundas con afecciones como autismo, lesiones cerebrales, parálisis y otras. Algunos de sus familiares también están aprendiendo a bucear. Todos ellos se reúnen en una sesión mensual de piscina abierta organizada por Diveheart, una organización sin fines de lucro fundada por Elliott que enseña a personas con discapacidades mediante el buceo adaptado.

La organización sin fines de lucro Diveheart introduce en la «terapia del buceo» a personas con diversas discapacidades.

Sin embargo, lo que aprendió rápidamente es que la «terapia del buceo», como la llaman Elliott y otros, puede beneficiar a personas con toda una serie de afecciones físicas, cognitivas y mentales. Además de entrenar a buceadores con parálisis, incluidas personas con paraplejia y tetraplejia, Diveheart ha entrenado a personas con parálisis cerebral, esclerosis múltiple, visión limitada o ceguera, esclerosis lateral amiotrófica, autismo y trastorno de estrés postraumático, entre otras afecciones.

Los instructores y compañeros voluntarios de Diveheart reciben entrenamiento en buceo y en «empatía» para poder ser sensibles a las necesidades de los buceadores con necesidad de adaptación. Eso puede significar restringirles las piernas o los brazos, por ejemplo, y depender de otras personas para colocarse y quitarse la mascarilla. 

Durante esos entrenamientos, en particular, Elliott dice que siente cómo aflora su orgullo rotario. Es un trabajo difícil, aprender a ayudar de la mejor manera posible a una persona que puede no ser capaz de comunicarse verbalmente, o que utiliza una silla de ruedas y debe ser trasladada con seguridad a y desde una embarcación y al agua. Por su propia naturaleza, dice, las sesiones están guiadas por un sentido de Dar de Sí antes de Pensar en Sí. Los valores de Rotary son los valores de Diveheart. 

Las sesiones de Diveheart cerca de su sede de Downers Grove tienen lugar en piscinas y lagos profundos de Illinois y Wisconsin, y hay filiales de Diveheart en otros lugares de Estados Unidos y del mundo. La organización sin fines de lucro ha establecido relaciones con centros turísticos y operadores de buceo cualificados de todo el mundo, y organiza viajes en grupo a lugares como las islas caribeñas de Cozumel, Granada y Roatán. A menudo, familias enteras se unen a esos viajes, y para muchos es su primera aventura internacional. 

«Le digo a la gente que no se trata de bucear», menciona Elliott. «Se trata de llevar a una persona con discapacidad y crear un cambio de paradigma. Así que ahora no es 'Johnny en silla de ruedas'. Es 'Johnny el buzo'. Después ellos siguen adelante y asumen otros retos».

Un pasaje hacia la serenidad

Después de que Amber Rangel quedara paralizada del pecho para abajo en un accidente de esquí acuático y casi se ahogara, no quería saber nada del agua. Antes del accidente, la joven de 20 años era un atleta semiprofesional de esquí acuático descalzo, que se deslizaba por el agua en competiciones de eslalon y trucos. Después del accidente, bastaban unas gotas de agua salpicadas en la cara mientras se bañaba para que se desataran sus emociones.

Esta nueva realidad, que incluía el uso de una silla de ruedas, le resultaba asfixiante. «Muchos de mis amigos se iban a la universidad o formaban una familia, o simplemente hacían las cosas más fantásticas que puede hacer un veinteañero», afirma. «Mientras yo tenía problemas de incontinencia y miedo a ducharme».

En 2022 Amber Rangel se prepara para una inmersión en piscina en la Universidad de Illinois y en 2016 se dirige a una inmersión en Utila (Honduras).

Fotografía: Adora Rangel

Rangel descubrió que le gustaba el esquí en nieve adaptado, y dos de sus instructores, también voluntarios de Diveheart, la animaron a plantearse el buceo. Lo pensó durante mucho tiempo antes de aceptar la invitación. Superó su miedo al agua y, cuando se metió en la piscina, empezó a ver posibilidades. «Era una oportunidad de hacer algo diferente y nuevo», afirma. Se sintió aliviada de estar en el agua de pie, sin peso y lejos de su silla de ruedas. 

Hasta entonces, Rangel no había pensado mucho en viajar, pero le atrajo la idea de bucear en el océano. Se apuntó a un viaje en grupo de Diveheart a Cozumel, frente a la península mexicana de Yucatán, y eso despertó algo en ella. Poco después, viajó a Honduras y buceó con instructores de Diveheart. Descubrió que bucear era un pasaje hacia la serenidad y le permitía desprenderse de la gravedad; se trata más de lo que se siente que de lo que se ve. «Quiero salir de la silla de ruedas», dice. «Y me gusta poder flotar».

Esas primeras experiencias de viaje le dieron confianza, hasta el punto de volver sola a Honduras cada pocos meses, para bucear durante el día y alojarse con algunos lugareños o en un albergue por las noches. A ella le gustó mucho la gente del lugar y le resultaba más fácil desplazarse en silla de ruedas que en casa. «Me costaba más llegar a un Starbucks en Chicago que en Honduras», señala. «Allí la gente me trataba de forma diferente». 

Esos viajes le ayudaron a superar mucha rabia, añade. En Honduras se dio cuenta de que aún tenía control sobre quién era y en qué persona quería convertirse. Reservó más viajes internacionales -a veces de buceo, a veces no- visitando Bali, Islandia, Tulum. 

Antes de lesionarse, Rangel había abandonado su educación secundaria. Necesitaba una educación y un ingreso establa para seguir buceando y explorando el mundo a su manera. Obtuvo su Examen del Desarrollo Educativo General (GED, por sus siglas en inglés), se matriculó en la universidad y en 2024, a los 30 años, se graduó con honores en la Universidad de Illinois Urbana-Champaign. Ahora está en proceso de matricularse para estudiar Derecho. Y da crédito al buceo por empujarla continuamente a mejorar y a ser mejor, tanto en el agua como en tierra.

Apoyo instrumental de Rotary

Al principio, Elliott colgaba folletos en tiendas de buceo para buscar participantes, voluntarios e instructores. Habló de la incipiente organización en las reuniones de los clubes rotarios y se afilió a Rotary en 2003. 

«Rotary ha sido un gran sistema de apoyo para nosotros desde el principio», afirma Tinamarie Hernández, directora ejecutiva de Diveheart y también socia del Club Rotario de Downers Grove. «Es importante formar parte de la comunidad y de eso se trata Rotary». 

Los rotarios Tinamarie Hernández y Jim Elliott han encontrado el apoyo de compañeros rotarios de otras ciudades para ampliar el alcance de su programa.

Tras una presentación en un club de Oak Lawn, por ejemplo, Elliott conoció al superintendente del Oak Lawn Community High School, que le ofreció acceso a la piscina del centro. En la actualidad, es el programa de piscina más antiguo de Diveheart, con más de una década.

Se corrió la voz sobre la organización, impulsada en gran medida por la habilidad de Elliott para contar historias y sus contactos en los medios de comunicación. Las historias fueron destacadas en la NBC, la CNN, la revista Money , la revista Success y otros medios, y el interés se disparó. En 2008, la veterana del ejército estadounidense Tammy Duckworth, que perdió las piernas en la guerra de Irak, fue noticia al bucear con Diveheart. Entonces era directora del Departmento de Asuntos de los Veteranos; hoy es senadora de Estados Unidos.

Cuando instructores de buceo de otras ciudades se pusieron en contacto con ellos para informarse sobre la posibilidad de crear su propia sección de buceo adaptado, Elliott les dijo que primero se aseguraran de involucrar a los socios de Rotary. «No ponemos en marcha un programa a menos que la persona con la que colaboramos organice reuniones de clubes rotarios», afirma Elliott. «Estas son absolutamente instrumentales».

En 2010, Diveheart tuvo un estand en la Convención de Rotary International en Montreal. Allí, Elliott conoció a unos rotarios de Haifa (Israel) que querían crear un programa de buceo para niños con autismo. Colaboró con ellos para recaudar fondos para equipos de buceo y de otro tipo.

En todo el mundo, Elliott calcula que se han creado unas 50 organizaciones sin fines de lucro de buceo adaptado gracias a la formación y el apoyo de Diveheart. Aunque algunas de ellas se consideran filiales de Diveheart, la mayoría son organizaciones sin fines de lucro independientes. «Nuestro objetivo ahora es hacer crecer el buceo adaptado en todo el mundo y seguir mejorando nuestras prácticas de formación para ser los abanderados de las mejores prácticas», afirma.

El instructor de buceo Bruce Bittner se lanza al agua durante un entrenamiento en la piscina de un instituto de Oak Lawn, Illinois (EE. UU.)

Diveheart también ha captado la atención de los profesionales médicos. Elliott habla regularmente en conferencias médicas sobre los beneficios de la terapia de buceo. En las ferias de buceo, Diveheart organizó simposios de buceo adaptado que atrajeron a investigadores, médicos, profesores y terapeutas. Y en los últimos años, Diveheart ha empezado a ofrecer unidades de formación continua para profesionales de la medicina. 

Algunos pequeños estudios de investigación indican que el buceo puede tener beneficios mensurables para las personas con trastorno de estrés postraumático, autismo y discapacidades físicas. Richard Moon, que investiga la medicina del buceo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Duke, afirma que, anecdóticamente, se sabe que el buceo mejora el estado de ánimo de las personas, alivia la depresión, la ansiedad y ayuda a relajarse. «La gente me dice a menudo: 'Bueno, soy muy ansioso, pero una vez que me meto en el agua, lo paso fenomenal'», cuenta.

Moon conoció Diveheart a través de un colega médico. «Hay muchas razones por las que algunas personas no deberían bucear, al menos según las normas», afirma. «Poder llevar a personas con diversas discapacidades y permitirles bucear es algo fabuloso».

Redefinir las capacidades

Veronica DeJong conoció Diveheart hace dos años mientras asistía a un grupo de apoyo para personas con lesiones cerebrales traumáticas. Entonces tenía 29 años y no sabía nadar. 

Solo tres años antes, DeJong tuvo un dolor de cabeza que se agravó tanto que vomitaba y veía doble. En el hospital se enteró de que tenía coágulos sanguíneos en los senos venosos del cerebro que presionaban los nervios ópticos. «Tenía todos los síntomas de un derrame cerebral», señala.

Veronica DeJong participa en el buceo adaptado y recibe ayuda para ponerse la mascarilla.  

Después, seguía viendo doble. La terapia visual le ha ayudado, pero su orientación espacial y su percepción de la profundidad siguen alteradas, al igual que su memoria a corto plazo. Hacer varias cosas a la vez puede ser abrumador, y ella ya no puede conducir. 

Cuando DeJong oyó hablar de Diveheart, le encantó la idea de lanzarse a algo nuevo y diferente. Aunque temía el agua, se sintió envalentonada por su reciente emergencia de salud. «Solo me decía a mí misma que superé coágulos de sangre en mi cerebro. Entonces puedo hacer esto».  

Con el tiempo, pasó de la parte menos profunda de la piscina de Oak Lawn a la más profunda, aprendiendo a nadar como aprendió a bucear. En el agua, ella no tiene que preocuparse de si tropezará y se caerá como en tierra. Además, siempre bucea con amigos que saben que tiene problemas de memoria y sabe que la respaldan. 

En 2024, DeJong viajó a las Islas Caimán con un grupo de mujeres a través de Diveheart y buceó en el océano por primera vez. Las tormentas limitaron el tiempo real de inmersión, pero el viaje, en general, se sintió como una victoria. Era la primera vez que DeJong salía de Estados Unidos y le hizo sentir que todo era posible. «Todo el mundo tiene capacidades diferentes. Solo estoy redefiniendo cuáles son mis capacidades», afirma. «Aceptar mi nueva normalidad ha sido difícil, pero hacerlo a través de Diveheart ha sido increíble».

Un nuevo sueño

De niño, Jim Elliott tuvo una vida llena de personajes pintorescos, cada uno con sus propios retos. Su padre era un veterano del ejército que utilizaba una silla de ruedas y aparatos ortopédicos para desplazarse. «Crecí esquivando sillas de ruedas en el hospital de veteranos», ríe. 

Más tarde, la hija de Elliott, Erin, nació ciega. Cuando tenía unos 9 años, los niños del colegio se burlaban de ella por sus ojos, y se volvió obstinada. «Dejó el bastón y se negó a aprender braille», recuerda.

A finales de los 80, un compañero de trabajo habló a Elliott de una organización llamada American Blind Skiing Foundation, que enseña a esquiar acompañados de guías a personas con ceguera o deficiencia visual. A los pocos días, Erin ya estaba en las pistas y su padre vio cómo aumentaba su confianza. Iba al colegio y contaba historias sobre sus fines de semana en las pistas, mareada por su nueva identidad: era esquiadora. Al mismo tiempo, Elliott se convirtió en guía de esquí y trabajó como voluntario en la organización durante unos 25 años, mucho después de que Erin hubiera crecido y seguido adelante. «Vi cómo cambiaba muchas vidas», afirma.

«Es uno de los únicos lugares del mundo donde no necesito mi silla de ruedas», dice Bill Bogdan junto a la piscina.

Desde que tiene uso de razón, a Elliott le encantaba probar cosas nuevas y prepararse para cualquier situación. Estudió periodismo en la universidad en los años 70, en la época en que el oceanógrafo Jacques Cousteau deleitaba a los telespectadores con sus descubrimientos submarinos. 

«Como joven periodista, pensaba que si alguna vez conocía a alguien como Jacques Cousteau, más me valía saber bucear», señala Elliott. Le cautivó el mundo que encontró bajo el agua. «Era como ser un superhéroe, flotando en medio de un cruce», dice. «La experiencia de cuerpo, mente y espíritu fue tan poderosa para mí, que supe que en algún momento quería ser instructor». 

Fue mucho más tarde -después de formar una familia y desarrollar una exitosa carrera como ejecutivo de ventas de publicidad en medios de comunicación- cuando retomó la idea de enseñar a bucear a la gente. Quería ver cómo el buceo cambiaba vidas del mismo modo que lo había hecho el esquí. Dejó su trabajo y su sueldo de seis cifras para fundar Diveheart, con la esperanza de crear una pequeña organización sin fines de lucro en la zona de Chicago que utilizara piscinas locales y tal vez hiciera alguna excursión a una cantera o a la costa de vez en cuando. No tenía ni idea de hasta qué punto resonaría el buceo adaptado, ni hasta qué punto Rotary ayudaría a fomentar su crecimiento. 

De cara al futuro, Elliott tiene la vista puesta en su próximo y ambicioso objetivo: el proyecto de piscina profunda Diveheart, que se construirá en terrenos donados al norte de Chicago. Ha estado trabajando con arquitectos e ingenieros para diseñar una piscina que sería la más profunda del país, con 40 metros, lo que permitiría a los buzos descender a profundidades de nivel oceánico sin tener que desplazarse a la costa ni sortear alteraciones meteorológicas. Diveheart está recaudando fondos para construir la piscina, que tendrá varios niveles en un diseño telescópico patentado. Cuando esté construido, se destinará a la investigación, rehabilitación, educación y formación, y ofrecerá oportunidades profesionales a personas de todo nivel de capacidades.

Una experiencia compartida

El agua siempre ha sido una parte importante de la vida de Bill Bogdan. Cuando solo tenía 8 meses, le diagnosticaron un tipo de cáncer en la columna vertebral llamado neuroblastoma. La extirpación del tumor le provocó parálisis en las piernas. La natación y la terapia acuática le ayudaron a fortalecer los músculos, y sus padres construyeron una piscina elevada. Un amigo de la secundaria hizo que se interesara por el buceo, lo que le llevó a obtener el certificado de la Handicapped Scuba Association.

Bogdan aún se emociona cuando recuerda su primer viaje de buceo en las Bahamas, cuando tenía 20 años. El equipo de buceo no le permitió subir a la embarcación con su silla de ruedas porque temían que no fuera estable en el agua agitada. Al principio, se resistía a dejar la silla, pues rara vez se separaba de ella. Pero en cuanto se metió en el agua, se sintió otra persona. «Durante tres horas, casi me olvidé de que tenía una discapacidad, porque pude hacer tres inmersiones», cuenta. «Y todo el tiempo, sin silla de ruedas, sin nada. Estaba en el agua, nadando, observando la vida marina, el coral, disfrutando mucho». 

Le encantó conocer más tarde Diveheart y se unió a la organización como voluntario, deseoso de ayudar a otras personas con discapacidad a vivir la experiencia del buceo. Su experiencia también ha inspirado a todos los miembros de su familia a aprender a bucear: primero, su mujer y su hija mayor, y ahora, los dos niños que están hoy en la piscina. 

Si todo va según lo previsto, su primera inmersión en el océano como familia tendrá lugar este verano en un viaje de Diveheart a Cozumel. Es algo con lo que Bogdan ha soñado durante años, y está impaciente por contar las historias cuando regrese. 

«Siempre le digo a la gente: no dejes que tu discapacidad sea tu impedimento», enfatiza. «No hay nada que no puedas hacer».

Este artículo fue publicado originalmente en el número de agosto de 2025 de la revista Rotary.

Bill Bogdan se acerca al borde de la piscina. Es un día emocionante para este padre de 55 años, voluntario y miembro de la directiva de la organización: Dos de sus hijos están aprendiendo a bucear a modo de preparación para un viaje familiar a México este verano.

Mientras sus hijos escuchan atentamente al instructor, Bogdan decide unirse a todos en la piscina. Sus musculosos brazos se flexionan mientras baja de su silla de ruedas. Aterriza bruscamente en el suelo, luego desplaza sus piernas, que están paralizadas, hacia el agua y se impulsa. Sale a la superficie con una sonrisa. «Es uno de los únicos lugares del mundo a los que puedo ir sin necesidad de usar mi silla de ruedas», afirma.

‘Terapia de buceo’

Cuando en 2001 Elliott fundó Diveheart, su visión era simple: Quería iniciar a las personas con movilidad reducida en el buceo, un deporte que le encantaba. Intuitivamente, pensó que alguien con una lesión medular podría beneficiarse de la ausencia de gravedad en el agua. Esperaba hacer que el buceo fuera más accesible y acogedor para todos.

«Para mí, lo más emocionante es cuando un buceador mira hacia abajo por primera vez y dice: 'Dios mío, estoy de pie'. No estoy en mi silla de ruedas», dice Elliott.

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