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En las vías de La Bestia

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Un becario de Rotary pone en práctica su preparación académica en los albergues para migrantes de México

En el sur de México existen dos elementos ineludibles.  

El primero es el polvo del desierto que se incrusta en toda hendidura del cuerpo, como en la parte de atrás de las rodillas y en los pliegues de los párpados. Lo expulsas tosiendo mientras caes dormindo y descubres en la mañana su neblina asentanda en las sábanas.

El segundo es la violencia.

Encontré ambos elementos en la despiadada ruta de La Bestia.

Entre los detenidos en la frontera entre Estados Unidos y México, entre octubre de 2015 y enero de 2016, se encontraban 24 616 familias. La gran mayoría de ellas provenían de Centroamérica. 

En los últimos cincuenta años, millones de centroamericanos atravesaron todo México, de sur a norte, escapando de la pobreza, décadas de guerras civiles y recientemente, de pandillas brutales. Para escapar, los migrantes solían viajar subidos a los vagones del tren de carga conocido como La Bestia. 

En julio de 2014, funcionarios de migración de México anunciaron un plan denominado Programa Frontera Sur que prevé evitar que los migrantes aborden La Bestia. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, señaló que el plan crearía nuevas zonas económicas y protegería los derechos humanos de los migrantes al asegurar la inestable frontera sur del país. Por el contrario, el número de migrantes que han sido golpeados, secuestrados y asesinados se ha disparado. Incluso algunos han sido víctimas del comercio ilegal de órganos. 

A comienzos de 2015 y gracias a una beca de Rotary obtuve mi maestríar en antropología del desarrollo. Había estudiado cómo las iniciativas de comercio y desarrollo en México podían poner aún en mayor peligro la vida de las personas. Para informarme sobre lo que estaba saliendo mal, me dirigí al sur de México para utilizar las habilidades que había obtenido durante mis estudios financiados por una Subvención Global.

El sur de México es una zona rural y empobrecida, donde existen pequeños pueblos y agricultura de subsistencia. De alguna manera, me sentí en casa. Yo crecí en una zona rural de Georgia y mi interés en la immigración nació luego de trabajar enseñando inglés a agricultores que cosechaban repollo, bayas y árboles de Navidad en Carolina del Norte. Muchos de mis estudiantes eran hombres originarios del sur de México. Sus historias de violencia a causa del tráfico de drogas y de la trata de personas hicieron que creciera mi interés por la región. 

En los albergues se alojan migrantes, incluidos niños que viajan con familiares y adolescentes que viajan por su propia cuenta. 

Para entender cómo el Programa Frontera Sur afectaba la vida de las personas, me hospedé en los albergues para migrantes, los cuales son similares a los albergues para indigentes o campamentos temporales para refugiados. A menudo carecen de agua potable o electricidad fiable; sin embargo, ofrecen a los migrantes un plato de comida caliente y un lugar para descansar antes de continuar su viaje al norte.  

Al principio, la vida en el albergue me consternó. Casi todos los días llegaban personas enfermas o heridas. La deshidratación severa era un gran problema y algunas personas habían literalmente caminado hasta perder la piel de las plantas de sus pies. Estuve allí cuando un miembro de una pandilla ingresó al albergue para secuestrar a alguien, pero los directores del lugar lo detuvieron. 

Cuando llegué, los albergues a lo largo de la vía de La Bestia habían visto disminuir el número de migrantes de 400 a menos de 100 por noche. Los directores de los albergues me explicaron que el número de centroamericanos huyendo a México anualmente –cerca de 400 000– no había disminuido, sino que debido a que los agentes de inmigración estaban deteniendo a todos quienes estuvieran cerca de La Bestia, la gente tenía miedo de acercarse a los albergues. Estos refugios seguros se habían transformado en zonas prohibidas. “Esta es una crisis humanitaria de magnitud equivalente a la que ocurre en Siria”, añadió uno de los directores, “pero nadie habla del tema”.

En los albergues corté leña, preparé cenas y limpié el piso de la cocina. Cambié los vendajes de heridos y ayudé a algunas personas a solicitar asilo. Asimismo, viví y viajé junto a migrantes en dirección al norte para registrar sus historias; la razón por la que dejaron su hogar, dónde esperaban llegar y qué habían enfrentado durante su travesía. 

En 2015, poco después de haber terminado sus estudios como becario de Rotary, Levi Vonk viajó a México para trabajar con los migrantes. Ha escrito sobre lo que vio y sobre la experiencia de los propios migrantes, para las revistas Rolling Stone, The Atlantic y para la National Public Radio. En ocasión del mes de La Fundación Rotaria le pedimos que describiera lo que ha hecho y ha aprendido. Vonk estudió en la University of Sussex (Reino Unido), patrocinado por los Clubes Rotarios de Shoreham y Southwick (Reino Unido) y de Charleston Breakfast, Carolina del Sur (EE.UU.). Su maestría en antropología del desarrollo y transformación social lo llevó a obtener una beca Fullbright en 2014-2015 para realizar su investigación en México. Actualmente cursa estudios de doctorado en antropología médica en la University of California, Berkeley (EE.UU.).

Mildred, una madre soltera con tres hijos, estaba huyendo de los miembros de una pandilla quienes la habían amenazado con asesinar a su familia si no les pagaba por su protección. Ivan, el mayor de seis hermanos, logró reasentar a su familia completa en México, incluida su anciana madre y sus dos sobrinos pequeños, luego que sicarios intentaran asesinarlos en su hogar en Honduras. Milton había vivido durante años en Nueva York -e incluso había hospedado en su departamento a peatones cubiertos en cenizas durante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001– antes de ser deportado. 

Las cosas de las que me enteré eran aterradoras. En vez de reforzar las fronteras de México, el plan había fracturado las rutas tradicionales de los migrantes, las cuales eran peligrosas, pero también organizadas y visibles. Los migrantes tenían una idea aproximada de las áreas del viaje en tren que estaban asediadas por pandillas. Estaban preparados para pagar los costos de protección –generalmente entre cinco y veinte dólares. Por razones de seguridad viajaban en grupo y por lo general procuraban siempre estar cerca de un lugar de asistencia, ya sea un albergue, una clínica de la Cruz Roja o incluso una comisaría. 

El Programa Frontera Sur cambió todo eso. Ahora acosados por los funcionarios de migración, los migrantes viajan adentrados en la selva, caminando durante días. Las pandillas que antes los extorsionaban por dinero, ahora los siguen hasta áreas desoladas para robarles, secuestrarlos o simplemente asesinarlos.  

El Programa Frontera Sur ha fracasado como iniciativa de desarrollo. El combate contra la inmigración no solo ha hecho que el sur de México sea menos seguro, sino que también el aumento de la violencia ha disuadido la inversión comercial que la región necesita tan desesperadamente. 

Durante el período que fui becario de Rotary, aprendí a mirar al desarrollo de manera diferente. A menudo pensamos en la ayuda internacional en términos de la reducción de la pobreza y por lo general vemos la reducción de la pobreza en cuanto a los dólares que se gastan y ganan. La antropología del desarrollo tiene como objetivo el análisis de la ayuda internacional de una manera diferente. Prestamos especial atención a la manera en que las iniciativas actúan sobre el terreno para determinar cuáles son las necesidades de las comunidades locales y cómo se pueden satisfacer de manera sostenible y en última instancia de manera autónoma.  

Axel Hernandez, cuyos padres lo trajeron a Estados Unidos desde Guatemala cuando era solo un recién nacido, ha sido deportado dos veces. Ahora vive en México. 

Cuando viví en los albergues para migrantes recibimos con frecuencia enormes envíos de ropa no solicitados de parte de organizaciones bien intencionadas. Si nos hubieran preguntado, les hubieramos dicho que era un desperdicio de dinero y de sus esfuerzos. De hecho, los directores debían pagar para enviar cientos de kilos de ropa al vertedero cuando no quedaba espacio disponible en los albergues. 

Lo que los albergues relamente necesitaban eran agua potable, mejor alcantarillado y atención médica. Sin embargo, los directores de albergues no podían recibir estos elementos en un envío a granel; puesto que se necesitaba infraestructura –purificación del agua, inodoros operativos y acceso a un hospital, junto con las habilidades necesarias para mantener estos sistemas ellos mismos.  

Por supuesto, como señaló uno de los directores, “Nuestro objetivo final es que no se nos necesite para nada; resolver esta crisis migratoria, acabar con la violencia e irnos a casa”.

Las seis áreas de interés de Rotary engranan perfectamente con estos objetivos. Tales medidas requieren dinero, pero más que eso, requieren una fuerte colaboración cultural para hacerlas sostenibles. ¿Quien mejor que Rotary, con su red mundial de líderes de negocios y comunitarios, para entender los desafíos y brindar respuesta a ellos de manera eficaz? 

Un modo en que Rotary responde es mediante el financiamiento de estudios de postgrado en una de las seis áreas de interés. Luego de obtener su maestría en antropología del desarrollo en la University of Sussex, mi amigo Justin Hendrix trabajó varios años en un orfanato en Rumania, ayudando a brindar  la mejor educación posible a los niños que allí residían. Otra amiga mía, Emily Williams, recibió una Subvención Global para obtener su maestría en el Instituto de Derechos Humanos "Bartolomé de las Casas" de la Universidad Carlos III de Madrid y trabaja actualmente con menores centroamericanos no acompañados y con víctimas de la trata de personas en Estados Unidos. Mi pareja, Atlee Webber, recibió una Subvención Global para estudiar migración y desarrollo en la School of Oriental and African Studies (SOAS) de la University of London. Ella trabaja actualmente como funcionaria del programa de la Comisión de Estados Unidos para los refugiados e inmigrantes (USCRI por sus siglas en inglés).

Los rotarios entienden que para generar un mayor impacto, necesitamos aprender de otras culturas. Como becarios de Subvenciones Globales, ese es nuestro objetivo, tanto mientras cursamos nuestros estudios como luego de terminarlos. 

• Lee más artículos en The Rotarian

Patrocina una beca financiada por una Subvención Global 

Los clubes rotarios pueden solicitar a La Fundación Rotaria Subvenciones Globales que financian becas de postgrado en el extranjero para estudios que coinciden con una de las seis áreas de interés de Rotary. Hoy ya hay más de 520 exbecarios que financiaron sus estudios de postgrado gracias a las Subvenciones Globales y más de 200 becarios que cursan estudios en estos momentos. 

Otras becas

Se pueden utilizar los fondos de Subvenciones Distritales para patrocinar estudios secundarios o estudios universitarios de pre o postgrado tanto en el país de residencia como en el extranjero. Los rotarios pueden avanzar las negociaciones de paz en zonas de conflicto mediante el apoyo a las Becas de Rotary pro Paz. Asimismo, los clubes pueden recomendar a candidatos para la obtención de Becas en el Instituto IHE Delft para la Educación relativa al Agua. Para más información, visita rotary.org/scholarships.